En enero del año 2007, después de una reunión de trabajo, mi maestro Alfredo Matus me iluminó con una de sus geniales ideas: ¿por qué no organizaba un simposio sobre cultura sefardita? Ambos compartíamos el interés por el judeoespañol y nos maravillaba cómo este se instalaba, entre otras cosas, como un verdadero fósil dentro de la lógica arquitectural de la lengua española. Pero ese gusto no se quedaba solo en el nivel lingüístico: nos atraen las juderías si llegamos a un país que las tenga; nos fascina la música sefardita y nos emocionamos al contemplar esas llaves de puertas que ya no existen.