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in Revista Chilena de Literatura
Pablo Faúndez Morán. El Premio Nacional de Literatura en Chile: de la construcción de una importancia
Este libro se inserta en una no muy vasta pero sí fecunda tradición de obras que han abordado la historia del Premio Nacional de Literatura o, más que nada, la historia de los autores y (pocas) autoras que lo han ganado. En este sentido, el mismo Pablo Faúndez declara que su trabajo transita por la “senda” abierta, especialmente, por tres de sus predecesores: el iniciático Premios Nacionales de Literatura (1962 y 1965), publicado en dos tomos por el ensayista, crítico y periodista Mario Ferrero; Premios Nacionales de Literatura: de D’Halmar a Donoso: (1942-1990) 1 (1991), del escritor y profesor Miguel Ángel Díaz; y, más recientemente, El club de la pelea: los Premios Nacionales de Literatura (2005), de Andrés Gómez Bravo, periodista
y editor del segmento de Cultura de La Tercera. Agregaría a esta selección dos obras que permiten visualizar, a grandes rasgos, los criterios en torno a los cuales se ha construido este género: Breve estudio y antología de los Premios Nacionales de Literatura (1965), del narrador y crítico Hernán del Solar, y Escritores chilenos laureados con el Premio Nacional de Literatura (1979), del cronista y crítico Luis Merino Reyes.
Propongo dividir en dos grupos este listado. Por un lado, están aquellos trabajos construidos como un catastro de autores y obras. Estos son, si se quiere, antologías precedidas por extractos biográficos que buscaron, en su momento, contribuir a la construcción del canon literario nacional desde un punto de vista educativo: no es casualidad que los libros de Ferrero, Díaz y Del Solar operen como obras de consulta casi obligatoria desde su aparición, no solo para estudiantes de educación primaria y secundaria, sino incluso en programas de las primeras asignaturas de educación superior en carreras vinculadas a la literatura. El otro grupo, ya sea por la experiencia como cronista de Merino Reyes o el afán divulgativo y mediático que se anuncia desde el título del atractivo texto de Gómez Bravo, mueve el enfoque desde autores/ obras hacia autores/contextos, lo que genera algo así como anecdotarios de las premiaciones. Incluso, estas dos últimas obras incluyen un apartado en el que se enlista a quienes no han sido premiados teniendo méritos de sobra para ello. Un gesto reivindicativo tremendamente valioso que insinúa la
problematización del asunto que se encontrará en la obra reseñada.
El punto es que en ninguno de los dos grupos el objeto de estudio ha sido el Premio Nacional como institución de la cultura: en el primero, triunfaba la metonimia de entender como “premios nacionales” a los premiados y premiadas; en el segundo, habría que desplazar el significante hacia “premiaciones” para dar cuenta de cómo se desdibuja el tema central de las obras hacia los pormenores contextuales de las sucesivas entregas. En este sentido, la novedad de El Premio Nacional de Literatura en Chile: de la construcción de una importancia (2020) radica en que, por primera vez, una obra acota su objeto de estudio desde dos perspectivas complementarias: como objeto simbólico, construido a partir de debates y escrituras críticas, y como práctica cultural, sustentada en la relación que establece entre el Estado y la literatura nacional. Faúndez, mediante un trabajo de archivo encomiable, reconstruye en su obra la vasta discusión crítica en torno a las cincuenta y cuatro premiaciones que se sucedieron entre 1942 y 2014. En palabras de su autor, la obra se presenta como “un ensayo de interpretación de la trayectoria y significación del Premio Nacional de Literatura en la voz de las generaciones de sus comentaristas” (14, cursivas del original). Esto, con el fin último de “identificar y exponer las preconcepciones sobre el rol de la literatura y de los escritores que han definido la comprensión de su importancia e informado las posiciones argumentales de sus partidarios y detractores” (ibid.).
El libro se estructura en cinco apartados que se dividen en torno a lo que el autor llama “motivos transversales” de las discusiones sobre el premio, afinidades temáticas no necesariamente correlativas en torno a las cuales agrupa las premiaciones: “la relevancia del componente nacional, el alivio económico de los escritores, la valoración del vínculo entre Estado y literatura, entre otros” (16). No obstante, para la comodidad de quien lee y el respeto por su horizonte de expectativas, Faúndez ha agregado un segundo filtro, de carácter cronológico, que reparte en cuatro secciones las cincuenta premiaciones realizadas hasta 2014: el capítulo I aborda los dos primeros premios, 1942 y 1943; el capítulo II, va de 1944 a 1959; el III, de 1960 a 1972; el IV, de 1974 a 1986; y el V, por último, de 1988 a 2014. Los años de corte para esta periodización, 1960, 1972 y 1988, han sido lúcidamente escogidos: corresponden a momentos en que se incorporaron desde la institucionalidad política cambios estructurales al funcionamiento del premio, principalmente respecto a la composición del jurado y, por tanto, de los actantes de los cuales dependían los criterios de decisión.
El primer capítulo, “Creación del Premio Nacional de Literatura (19371943)”, lleva a cabo dos operaciones que serán fundamentales para el resto de la obra: por un lado, documenta y analiza el proceso de creación del premio desde su prehistoria a partir de un rastreo de fuentes que incluye actas de reuniones de la SECH, críticas en periódicos, intervenciones y documentos emanados por el parlamento y, por supuesto, su proclamación legal en 1942. En segunda instancia, tras analizar el perfil y la obra de los dos primeros premiados, Augusto D’Halmar (1942) y Joaquín Edwards Bello (1943), se anuncia la tesis central del libro en materia interpretativa. Según Faúndez, la valoración de estos dos autores en específico sentará un precedente que determinará que, en lo sucesivo, sean premiadas alternadamente obras que se encuentren en alguno de los polos de la tensión entre el delectare y el prodesse horacianos: “la literatura de D’Halmar […] como obra de arte, en la dedicación abnegada del artista a espaldas del éxito, en su capacidad de portar una belleza, y de así deleitar al público; mientras que […] la obra de Edwards Bello vendrá a ser celebrada por su capacidad de instruir, por su popularidad entre los lectores y por su condición de portadora de un mensaje de valor social, susceptible de enseñar al público” (15, cursivas del original). Será, entonces, el contraste entre “obra bella” y “obra útil” –la eterna disputa entre el arte por el arte y el arte con un sentido práctico– el eje que guiará las discusiones de los distintos jurados a lo largo de los años.
El segundo capítulo, “1944-1959”, aborda los primeros dieciséis años del premio, durante los cuales el jurado estuvo compuesto por un comité de tres miembros: el rector de la Universidad de Chile, un representante de la SECH y uno del Ministerio de Educación. Interesantísimo resulta observar quiénes son los galardonados que abren y cierran el periodo: Mariano Latorre (1944) y Hernán “Alone” Díaz Arrieta (1959). ¿Qué otro par de escritores-críticos o críticos-escritores podría representar mejor la dicotomía sobre la que construye su tesis central Faúndez? 2 Con respecto al criterio de ordenación principal de la obra –los motivos transversales aludidos más arriba–, los apartados en que se divide este periodo son: “Desfases, insuficiencias, ataques (1945, 1947, 1948, 1955)”, “Los premiados que no querían el Premio (1951, 1957, 1959)”, “Custodios de la Nación, servidores de la Patria (1944, 1946, 1949, 1954, 1958)” y “El Premio concentra la atención del medio (1950, 1952, 1953)”. Es tremendamente interesante la novedad que representa la manera en que se agrupan las premiaciones en esta obra, pues permiten visualizar relaciones y tensiones que, a partir del criterio cronológico estricto, no resultaban tan visibles: en este caso el contraste, por ejemplo, entre quienes recibieron con agrado el premio y quienes, si bien no lo rechazaron, manifestaron algún tipo de disconformidad al momento de su recepción.
En el siguiente periodo, “1960-1972”, se suman al jurado del premio dos integrantes más: otro representante de la SECH y uno de la Academia Chilena de la Lengua. Para Faúndez, en esta etapa, la premiación se prestará como excusa para poner sobre la mesa la discusión en torno a la función política de la literatura, del escritor y, más novedosamente, de la comunidad lectora nacional. Los subtítulos evidencian, en dicha perspectiva, los distintos ángulos desde los cuales se enfoca la discusión: “Diplomáticos y militantes (1964, 1971)”, “Negaciones, alternativas y rechazos del vínculo entre escritores y Estado (1960, 1961, 1963, 1970)”, “El Premio acoge el enfrentamiento generacional (1962, 1965, 1969, 1972)” y “La paradoja: de la necesidad y la prescindencia de lectores (1966, 1967, 1968)”. Este periodo de preocupación por el sistema completo de circulación literaria tiene un hito interesante en la intervención/intromisión que, desde la vereda de la crítica, se instala sobre la vinculación entre quienes reciben el premio, como modelos a seguir para los estudiantes de Chile y las instituciones educativas. Uno de los principales actores en esa dirección será nuevamente Alone, quien ya consolidado como el crítico de El Mercurio, desde su rol de jurado intentará desviar la discusión y llevarla hacia un dimensión moral que acomode a la elección de su candidato, Juan Guzmán Cruchaga, frente a la otra opción, representada por De Rokha. En palabras de Faúndez, Alone, contradiciendo su propia opinión manifestada años antes cuando ganó el premio, “termina atribuyéndole al galardón una dimensión normativa, capaz de orientar al público dentro de la diversidad de la oferta literaria” y “se revela en estas líneas como un crítico eminentemente reaccionario, obstinado en resistir el influjo de unas obras que encontraban cada vez mayor recepción y aceptación entre los escritores y lectores de Chile” (167).
En el cuarto capítulo, “1974-1986”, el libro aborda el oscuro capítulo de la dictadura cívico-militar chilena. Era de esperar, en ese sentido, que haya habido cambios en la normativa del premio. Sorpresivamente, algunas de esas modificaciones ya habían sido decididas durante el gobierno de la Unidad Popular y fueron mantenidas por el gobierno de facto. A saber: el cambio de su periodicidad a dos años, la entrega de una pensión vitalicia en vez de una entrega monetaria única y el reemplazo de un miembro de la SECH por uno del PEN Club en el jurado fueron decisiones que habían sido tomadas en el Parlamento antes del 11 de septiembre de 1973. Las modificaciones de la Junta Militar incluirían la salida del rector de la Universidad de Chile del jurado y la entrada, en su lugar, de un representante del Consejo de Rectores de las Universidades Chilenas. Pero el cambio principal es que los nombres entre los cuales habría de escoger el jurado el siguiente ganador o ganadora debían provenir de una candidatura: desde el Decreto 681, del 10 de octubre de 1974, el Premio Nacional de Literatura pasaba a ser un concurso. Sobre las disquisiciones, polémicas y arbitrariedades de esta época, los subtítulos escogidos por el autor para sus apartados son bastante elocuentes: “El Premio acoge la ideología (1974, 1982)”, “El Premio no premia a la literatura (1976, 1978)”, “A pesar de todo, el Premio funciona (1980, 1984)” y, por último, en uno de los capítulos más vergonzoso de su historia, “El Premio hace
propaganda (1986)”.
Por último, “1988-2014” aborda las premiaciones llevadas a cabo, literalmente, a partir de la transición. Esto, pues el periodo se inicia no con el primer premio entregado en democracia, sino con el último de la dictadura que, además, vendría con imposiciones fijadas en 1986 por la ley 18.541. Por ello, dos premiaciones fueron dirimidas por un jurado distinto al de las doce restantes de este periodo. Los cambios introducidos, esta vez, son la salida de los representantes de la SECH y el PEN Club, el ingreso de un representante del Instituto Chile y el ingreso de otro representante del Consejo de Rectores. Así, las dos únicas organizaciones civiles saldrían de la decisión, cuestión que no sería regularizada del todo ni siquiera tras el retorno a la democracia. La Ley Definitiva de Premios Nacionales de 1992 repondría al rector de la Universidad de Chile y disminuiría en uno a los representantes del Consejo de Rectores y, por último, se incluiría en el jurado al último premiado como quinto miembro. Ahora bien, en el terreno de las revelaciones, Faúndez hace alusión al origen de la regla tácita de alternancia de la elección entre narradores y poetas que se ha venido cumpliendo los últimos treinta años: “lo cierto es que en algún momento de principios del 90, a alguien del lado ministerial se le ocurrió implementar la medida, la que tuvo en aquellos años una buena recepción, y así ha operado hasta el día de hoy” (254). Para el autor, el motivo central de este último periodo será la (des)problematización del vínculo entre los escritores y el Estado: “La dimensión política e institucional del Premio sería percibida como un influjo comprometedor de la independencia crítica y creativa de los escritores, lo que dejaría un flanco abierto para ataques e interpelaciones que terminarían por afectar la legitimidad misma de la distinción” (255). En el marco de esta tormentosa relación, los subtítulos escogidos por el autor son: “Reformulaciones del vínculo institucional en el retorno de la democracia (1992, 1994, 1998)”, “Éxito internacional y mercado (1990, 2006, 2010)”, “Los poetas se recogen en la poesía (1988, 1996, 2008, 2012)” y “El vínculo institucional envilece al Premio (2000, 2002, 2004, 2014)”.
Es importante señalar, para complementar la reflexión con que se abre esta reseña, que si alguien precisara datos biográficos o breves estudios de los autores y autoras que a lo largo de 72 años obtuvieron el gran galardón de la literatura chilena, no es esta la obra que debe revisar. Para ese fin, existen libros como los de Ferrero, Díaz e, incluso, Merino Reyes. Sin embargo, a quien quisiera acercarse a cualquier ámbito del campo literario chileno entre 1942 y 2014, habría que recomendarle a ojos cerrados sumergirse en estas páginas: sea cual sea su interés, hallará documentación y reflexiones relevantes para su objeto de estudio. Sin duda, por su minucioso trabajo de archivo y su rica calidad argumental –la que, mérito no menor, no dificulta en absoluto su lectura–, se puede afirmar que la obra en cuestión es la primera historia crítica del Premio Nacional de Literatura en Chile y un aporte fundamental para el estudio del campo literario y la historia de la literatura chilena.
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Author
Osvaldo Carvajal M.
Universidad Andrés Bello, Santiago, Chile, Chile